jueves, 14 de octubre de 2010

Película cromática

Vi una película linda sobre la historia de amor entre Cocó Chanel e Igor Stravinsky. Bastante mala, pero muy muy linda. El amor entre ellos es tormentoso, imposible y de una agobiante solemnidad, difícil de imaginar en los “roaring twenties”, donde el descontrol estaba más a la orden del día.
Los dos actores son tremendos: él, un danés haciendo de ruso de emociones contenidas y pocas palabras. Ella, capítulo aparte: si vieron “Gracias por el chocolate” de Chabrol, es la supuesta hija que toca el piano, ahora crecida. Tan bella que  parece  una criatura de otros mundos, mitad hombre, mitad pájaro, casi fea. Cuelluda y huesuda hasta la preocupación.
Pero lo más divertido de la película es cómo cada cuadro se transforma en un diseño Chanel. El blanco y negro riguroso, las líneas modernas de la casa, los objetos minuciosamente coleccionados, la ropa de ella pespunte a pespunte, la composición de las escenas como verdaderos cuadros hiper posados, todo remite a las premisas Chanel de la elegancia.
La casa de Ella en las afueras (parece no haber una peli francesa sin este elemento), súper sofisticada, es una Casa Foa del Chanelismo, ambiente por ambiente. Y es hasta cómica la exquisitez con la que Ella se para justo en el medio de una puerta geométrica y mueve la melenita un ápice para encajar con las líneas de la pared. Ballet cromático que se vuelve cursi de tan fino. Se pueden eliminar los diálogos de la película, y escuchar la música y ver las imágenes solamente, como un ballet moderno.
La mujer de él es una rusa de lo más arquetípica: pelirroja, madre de muchos hijos, piel transparente, look folk, Katia de nombre, débil de cuerpo y un roble de espíritu.  Su tierra natal abandonada le tiembla aún en los ojos. Su mayor acto de nostalgia y a la vez de rebelión es sacar una mantita rusa en tonos tierra, bordada a mano por algún ancestro, y ponerla sobre el respaldo de su cama en esa habitación imposible de tan sofisticada en la casa de Chanel, puro black and white. El contraste es realmente chocante para los ojos del que mira. Y la rusa pasa a ser una incómoda mancha naranja que persiste.

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